Un día psicodélico
La preparación (física y mental) inició casi una semana antes. Aliviané el cuerpo con una dieta vegetariana y sin alcohol durante los cinco días previos, y despejé algunas dudas viendo el documental “Hongos Fantásticos” y el capítulo dos sobre la psilocibina de la Miniserie “Cómo cambiar tu mente”, ambos disponibles en Netflix.
Con miedo a lo desconocido, la ansiedad de probar algo nuevo, el estómago vacío por el ayuno obligatorio, y la emoción de vivir la experiencia con amigas que son lugar seguro, llegamos a una casa en las montañas de Santa Elena, donde nos esperaba la pareja que nos guiaría en nuestra primera toma de hongos.
Luego de la bienvenida, y mientras uno de los anfitriones nos explicaba la visión que tienen sobre los hongos – o como ellos los llaman “los niños santos u hongos sagrados” –, y los detalles sobre los elementos que se usan en las diferentes etapas de la toma, la otra iba preparando la mágica bebida. En ese momento, preparamos un altar, prendimos velas y de manera individual intencionamos la toma, de acuerdo con lo que cada una quisiera trabajar o pedir, relacionado con sanación, sabiduría o empoderamiento del ser verdadero, que constituyen a grandes rasgos los tres ámbitos en los que, según los guías, los hongos pueden ayudar.
Yo no sabía cuál de todas estaba más nerviosa, pero como niñas chiquitas y una sonrisa en la cara, fuimos recibiendo y tomando una deliciosa bebida a base de cacao y hongos, nos acostamos, cobijamos y cerramos los ojos para iniciar un viaje inolvidable.
De manera consciente, - y valga la pena decir, durante toda la toma estuve consciente del proceso que estaba haciendo, del lugar donde estaba, de mi cuerpo -, esperé unos minutos, a la expectativa de que algo diferente sucediera, y sin que pasaran otros tantos minutos, supe que todo había comenzado. Mi mente empezó a proyectar una película hermosa, llena de figuras geométricas, siempre en movimiento, siempre de colores vivos, vibrantes, maravillosos. Los momentos de mayor conexión fueron potencializados por el canto de una chica que nos acompañó con su voz, guiando y armonizando la experiencia.
En el viaje viví muchas cosas, tuve conversaciones importantes, sané situaciones del pasado, sentí compasión, me reconocí como una mujer poderosa, capaz y segura; me rendí ante animales sagrados, me acompañaron panteras, guepardas, gatos y leonas, bailé alrededor del fuego con indígenas y sabios ancestrales, me abracé con mis hermanas y mi madre. Sin ningún aviso, de un momento a otro, se apoderó de mí el llanto, y lo dejé ser, lloré por mí y por todos los que estábamos ahí, y después reí. No era capaz de dejar de sonreír, estaba absolutamente invadida por esta magnífica sensación de plenitud, de amor, de abundancia, de agradecimiento, de conexión con el universo, como pocas veces la he sentido en toda la vida.
Es un viaje que hice sola, pero que igual que las redes del micelio, parte de mí estuvo en el viaje de las otras, y ellas en el mío. Hubo llantos y risas compartidas, hubo movimiento y mucho, mucho amor, inexplicable amor por todo y por todas.
Después de cuatro horas intensas, el efecto de la psilocibina empezó a bajar, y mientras compartíamos las experiencias de cada una, en un ambiente contenido y seguro, continuábamos viendo – ahora con los ojos abiertos – partículas en movimiento alterando un poco el entorno y la realidad.
No he vuelto a tomar hongos, no he probado las microdosis, tampoco tengo la certeza de volverlo a hacer, de lo que sí estoy segura, es de seguir probando y teniendo experiencias que me ayuden a tener más consciencia de la vida, del presente y de lo importante que es vivir en amor. Hasta el momento, los hongos están en el top 5. ¿Qué otras experiencias me recomiendas?